En 2030 las clases son más modernas, están equipadas con ordenadores y todavía no se han inventado fórmulas mágicas para el aprendizaje (como las lentillas que te pones en los ojos mientras duermes y cuando te levantas por la mañana ya te han hecho aprender una lección), para eso faltan por lo menos tres décadas más. Sin embargo, la forma de enseñar sí que es algo distinta a la de ahora: en literatura, el historicismo ha dado totalmente paso a la teoría de la recepción, por eso, hoy en día se potencia más la formación de lectores que los ejercicios memorísticos que predominaban en la década de los años diez, cuando las clases eran principalmente magistrales. Ahora, los niños se implican mucho más y no se conciben actividades en las que no tomen parte de forma activa. El problema es que se ha dado demasiada relevancia al pragmatismo y ya solo se pretende que los alumnos sepan vender bien sus ideas, sin importar demasiado el contenido, algo que es un poco lamentable. La sintaxis ya apenas se enseña, por lo que hay poca reflexión sobre la propia lengua; además, no se da mucha importancia ya al saber, y casi parece que los conocimientos vayan por un lado y las personas por otro, encontrándose únicamente en lugares puntuales, para después seguir cada uno su camino. De aquí a tres décadas, en 2060, la cosa irá peor en este sentido, pero en un siglo habrá una vuelta a los valores de antes. Es un consuelo saber que se trata de una cosa cíclica.
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